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Pregones





PREGÓN DE LA JUVENTUD 2010

PARTE I

     Por mi mente pasan aquellos recuerdos de niña cuando te vi por primera vez. Como si de un cuento de niños se tratara me contaron que te llamabas Jesús de Nazaret, que cargabas una Cruz como castigo por algo que no habías hecho y que de tal cansancio dormías en el regazo de tu Madre; esto es lo que a mi contaron con apenas cuatro años, y son pocos los recuerdos que me quedan…

     No supe nada más de ti hasta pasados unos nueve años, camino de la Capilla del Carmen, en esa estrecha callejuela dónde me estabas esperando, parecía que me llamabas y cada vez te sentía más fuerte.

     Frente a frente, junto a tu casa, esperando a que el reloj marcara las cinco de la tarde. Sonaron las campanas, y el portalón del templo se abre. Se asoma la Cruz de Guía y los primeros nazarenos; para minutos después descubrir que había ido a tu encuentro.

     Tarde de Domingo de Ramos inocencia por las calles niños con palmas y palmones entre rosarios y varales yo sentí como mi alma se fue haciendo cofrade

     Y al pasar un año: otra Semana Santa venidera. Y cautiva de tu rostro me he quedado para vestir túnica nazarena la noche de un Miércoles Santo al llegar la Primavera.

      Ha caído la noche, ya es de madrugada y vamos de vuelta a casa, de recogida. La Cruz de Guía ante las puertas del templo, la cera está cansada, los faroles están dormidos, los costaleros callados y los nazarenos abatidos.

     Voy apagando el cirio, he cumplido mi promesa y es la llama de la nostalgia la que ahora se ha encendido. Vuelvo a la misma penumbra fresca de la Iglesia, pero ahora con menos luz y espero desde un rincón, aferrada a mi capirote, a que entren todos mis hermanos: pequeños y mayores. Entran los nazarenos, los ciriales, el paso de Cristo y sólo falta el paso de la Madre. Son los momentos más emotivos, pues todo está consumado y se acerca la más dolorosa de las despedidas. El cansancio me vence, las lágrimas me invaden el corazón y todo enmudece. El silencio se hace inmenso que se ve roto por la llamada del capataz: ¡Al Cielo con Ella! Y tan sólo queda el suspiro de la última levantá. Hoy, en mi particular estación de penitencia, el martillo ha vuelto a sonar y todo indica que el Pregón está llegando a su final. Suena la última marcha, es la última chicotá; las bambalinas del palio de mecen, y cortan el aire al pasar. Qué la Madre no despierte, que no vea a su pueblo llorar; pues las distancias se acortan… y las puertas del templo se han vuelto a cerrar.

     ¡Quiero empezar a soñar de nuevo! ¡Dejadme contar el tiempo atrás! Pero el mejor regalo para este nazareno… ¡Es este gran recuerdo de Hermandad!

     HE DICHO.


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